Ante la posibilidad de un gran evento de cualquier tipo (olimpiadas, exposiciones internacionales, Fórmula 1) se despliega toda una maquinaria de propaganda que sitúa al nivel de loco/a peligroso/a a cualquier eventual opositor/a, dados la cantidad de beneficios y el derroche de altruismo que suponen. Tras los macroeventos de este tipo se esconden otras muchas realidades. Por un lado planes urbanísticos de emergencia especialmente agresivos.
Por otro, un inmenso trasvase de dinero público a manos privadas. Los macroeventos no terminan, simplemente se van desplazando geográficamente y tomando diferentes nombres y ajustándose al color político del/de la gobernante de turno, pero se han instituido en una suerte de ideario común que combina negocio y adhesión al sistema sobre el que intentaremos reflexionar.
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